«… y quiero comenzar desde ahora a llorar con vos la ruina y esclavitud nuestra, que si no se produce ni hoy ni mañana, se producirá, sin embargo, mientras todavía estemos vivos». Cartas a Vettori – Niccolò Maquiavelli.
Vivimos en un entorno ideal, Málaga, bañada por el mar Mediterráneo, espléndida al Sol, inundada de gentes y comunicada con el mundo entero. Deberíamos ser un crisol de culturas, sin embargo si hay algo de lo que lo dista de ser esta ciudad, es de ser cosmopolita. Y de eso además no dista de ser la excepción.
La gente piensa que cuando en un lugar hay mucho turismo o mucha inmmigración, las culturas se mezclan. Pero eso no siempre es así. Mezclarse no significa salir a la calle y ver gente foránea atestando bares y monumentos, no significa conocer una «guiri» e intercambiar algo más que palabras, mezclarse no significa ver en la calle gente de otras tierras vendiendo lo que sea. Para alcanzar el cosmopolitismo hace falta que todas las personas en su diversidad se unan y formen una única comunidad que comparta los códices de vida, una moralidad común. Y esto no se inculca, es más, no se tiene clara la necesidad o la importancia que ello conlleva. Hace falta ver extranjeros profesores enseñando en la escuela o la universidad, curando y asistiendo en hospitales, juzgando en una corte y dirigendo un ayuntamiento, no solo barriendo la calle. Hace falta mezcla y hace falta identificarla como propia. Ahí está el cosmpolitismo, o sea, muy muy lejos.
He conocido gentes de otros lares que al llegar aquí y ver las posibilidades que da un país avanzado como España y una ciudad espectacular como es Málaga, mueren por aprovechar la posibilidad de intentar hacer cosas nuevas en profesiones muy cualificadas. No es que se tenga solo el concepto estrecho y racista sobre la exclusividad laboral nacional, aquello de que el trabajo mejor y más bien hecho por uno de aquí (le atiende María desde Sevilla…), es que el funcionamiento institucional hace muy dificil lo contrario. En el caso de los médicos en formación, cientos de extranjeros terminan la especialidad y han de volverse a sus países de origen. «Hay que dejar el trabajo para los de aquí», dicen siempre, pero lo malo es que no parecen tener en cuenta que muchas veces, entre los de aquí, hay un mediocridad y una inutilidad muy importante. Eso sí, el dinero del desempleo que han cotizado los foráneos durante la residencia nos lo quedamos, ahí no hay problema ninguno.
Pero es que este esquema de vivir, a los nacionales también les afecta. En este país la importanción de talento no se ve ni de lejos necesaria, pero es que encima no puede fomentar ni retener lo que crea. Craso error. La corrupción y la endogamia son norma en todas las instituciones y precisamente así, muchos lumbreras no surgen. No se inculca lo contrario, sino que se combate y por ende, en la volteada caen las ideas que llegan desde afuera. Tenemos un mundo laboral en el que ya puedes tener el mejor curriculum de todos que basta que llegue alguien y diga «pues yo conozco a uno que…», y a la mierda el resto. Mientras siga la corriente y no de problemas… Pero médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, doctores en lo que sea o políticos vamos a ser muchos, el problema radica en la sustancia. Desde el punto de vista social y cultural, la oportunidad perdida es imperdonable; desde un punto de vista formativo y profesional, se nos viene encima un problema de competitividad a corto plazo muy a tener en cuenta.
Quizás la mejor forma de denunciarlo o manifestarlo sea así, empezando a llorarlo.
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